Es profundamente doloroso que, una vez más, Atacama sea noticia a nivel nacional por la mala calidad de la educación pública que reciben los niños. ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que nuestra región sea postergada en lo que debería ser una prioridad absoluta?
A un año de la gran crisis del Servicio Local de Educación Pública (SLEP) de Atacama, la frustración crece. A pesar de las múltiples promesas, los hechos son claros: la situación sigue siendo crítica, y las consecuencias están a la vista.
Los resultados de los colegios públicos son desastrosos, y mantenemos el triste récord de ser la región con los peores puntajes en la prueba de acceso a la universidad. Este dato no es solo una estadística, es un reflejo del abandono sistemático que padecen los niños de Atacama.
Lo más grave es que detrás de esos números hay vidas y futuros comprometidos. Hablamos de niños que, desde pequeños, enfrentan desventajas enormes porque el sistema no les ofrece lo que merecen: una educación pública de calidad que los prepare para un futuro digno.
Con la implementación de la tómbola, esta brecha se ha vuelto aún más profunda. Porque no solo ha generado caos y descontento en las familias, sino que ha acrecentado la desigualdad al no garantizar el acceso a colegios que puedan ofrecer mejores condiciones.
Además de esto, hay situaciones recientes que evidencian aún más el abandono y la discriminación hacia nuestros niños. No puedo dejar de mencionar la polémica generada por el desayuno ofrecido por el Gobierno y el Gobernador Regional, al que no fueron invitados todos los niños.
¿Cómo es posible que, en un contexto de tanta desigualdad, se permita una acción que discrimina y deja fuera a quienes más necesitan sentirse incluidos y valorados? Este tipo de gestos no solo es un mal precedente, sino una falta de respeto hacia las familias y los niños que esperan apoyo, no exclusión.
Las familias de Atacama hemos sido pacientes, pero la paciencia tiene un límite. No podemos seguir aceptando que una región que aporta tanto al desarrollo económico del país sea dejada de lado en lo que realmente importa: la educación pública. No basta con discursos y promesas, es necesario que las autoridades actúen con decisión y prioricen lo que de verdad importa. La inversión en educación pública no es un gasto, es una inversión en el futuro del país, en la igualdad de oportunidades y en la justicia social.
Hoy le hablo a las autoridades como madre, como ciudadana de esta región y como alguien que, como tantos otros, se preocupa cada día por el futuro de sus hijos. Es hora de dejar atrás los discursos vacíos y poner manos a la obra. Los niños de Atacama no son solo una cifra en un informe. Son futuros profesionales, trabajadores, ciudadanos, soñadores que merecen algo mejor. Merecen que los vean, que los escuchen y que les den el lugar que les corresponde.