
En la discusión sobre el fraccionamiento pesquero, muchas veces se olvida que detrás de cada cuota, cada cifra y cada debate técnico, hay personas. Vidas concretas, familias y comunidades enteras que subsisten de la actividad pesquera, en especial en regiones como Atacama y Coquimbo, donde la pesca artesanal no solo es una tradición, sino una fuente de sustento fundamental.
La propuesta original de fraccionamiento que llega hoy a la sala lo hace con una relación 75-25, tal como salió de la Comisión de Pesca del Senado. Sin embargo, hay una indicación clara y concreta desde las regiones afectadas: modificar esa proporción a 70-30, con el objetivo de aumentar la participación artesanal y asegurar que un porcentaje significativo del recurso vaya destinado a consumo fresco. ¿Por qué? Porque nuestros adultos mayores están pasando hambre. Porque en nuestras regiones la carne y el pescado son, cada vez más, un lujo.
Es tiempo de que las decisiones en Santiago escuchen lo que pasa fuera de la capital. En Atacama hay más de 700 familias —más de 1.500 personas— que viven directa o indirectamente de la pesca artesanal. No se trata solo de números: se trata de empanadas de mariscos en una feria local, de la olla común que se organiza con pescado fresco, entre otras formas ¿Cómo explicamos eso a quienes han dedicado su vida al mar?
Lo que se pide no es un favor: es justicia territorial. En regiones donde la industrialización pesquera no es la norma, donde el modelo extractivo no responde a las realidades locales, se necesita una política que priorice a las personas por sobre las utilidades.
El paso por la Comisión de Hacienda fue decepcionante: 3 votos en contra, 2 a favor. Pero no por eso se bajan los brazos. Hay un compromiso real, de cara a la comunidad, de reponer esta indicación en sala. Esperamos que esta vez sí se escuche. Que se entienda que el fraccionamiento pesquero no puede seguir viéndose solo como un número. Que se mire con los ojos de quienes enfrentan cada día el costo de vivir en regiones olvidadas por el centralismo.
Atacama y Coquimbo necesitan más que cuotas: necesitan dignidad.