“La incómoda verdad” por Álvaro Iriarte (Director de Investigación Instituto Res Publica)

La situación que atraviesa Venezuela es una verdadera crisis humanitaria, y tras un mes de protestas que dejan un triste saldo de más de 30 víctimas fatales, la comunidad internacional no puede seguir desviando la mirada.

La crisis de Venezuela tiene un responsable, el socialismo del siglo XXI. Fue esta ideología la que en 20 años destruyó una nación prospera, transformándola en un caos total.

Venezuela se ha vuelto una situación incómoda para los partidarios del estatismo y del populismo, para aquellos que profesan admiración por el socialismo del siglo XXI y por la revolución bolivariana. Se trata del elefante en la habitación: el fracaso del proyecto chavista es rotundo, evidente y no tiene arreglo, pero aun así algunos insisten en negarlo. Más grave aún, hay quienes lo defienden abiertamente, y no ocultan su profunda aspiración de llevar a Chile por la misma senda.

Que Nicolás Maduro haya ganado una elección no significa que su gobierno no cometa abuso contra los derechos humanos, como tampoco esta victoria valida las actuaciones y medidas al margen de la legalidad. Este es el punto que evitan quienes defienden al régimen en Chile: no es suficiente llegar al poder por vía de elección popular, hay que ejercerlo con respeto a la dignidad de la persona y en el marco del Estado de Derecho. Si el gobernante no transita por este camino, se transforma en un tirano y su régimen en una dictadura, y lo único relevante es conservar el poder a todo evento, sin importar los medios empleados.

Una y otra vez, la experiencia muestra la superioridad de las ideas de la justicia y la libertad por sobre las ideas estatistas y socialistas. Da igual que sea socialismo científico o utópico, del siglo XX o del siglo XXI, de Europa, Asia o América Latina: el sistema fracasó en el siglo pasado y sigue fracasando en la actualidad. El conjunto de ideas socialistas y estatistas está destinado a fracasar porque están abiertamente en contra del sentido común y de la realidad cotidiana, son construcciones de intelectuales y políticos que han alcanzado penetración social, pero que no por ello tienen un origen popular.

Esta es la incómoda verdad, que algunos no quieren reconocer.

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