«El derecho femenino a ir a la escuela» Por Vanessa Mac Aulife, directora de Educación Fundación Súmate

 

Las mujeres en el Hogar de Cristo representamos el 89 por ciento de su planta laboral. La cifra revela la vocación de servicio que, por razones, históricas y/o culturales, es inherente a nuestro sexo. No por nada, fueron mujeres, las que con su impulso solidario y sus aportes monetarios, se sumaron a la creación de un Hogar para los más pobres. Esos en los que el padre Alberto Hurtado veía a Cristo.

En el Mes de la Mujer, corresponde analizar cómo esa vocación de servicio femenina también influye en el abandono escolar, un problema crítico de nuestro sistema educativo, pero que tiene poca prensa. Se ve mucho menos en los medios que temas como el compromiso por resolver el CAE, la puesta en operación eficiente de los SLEP o el cómo revertir la decadencia de los liceos emblemáticos.

El miércoles pasado más de tres millones de niños, niñas y jóvenes iniciaron oficialmente el año escolar, pero habría más de 200 mil que no entraron a clases. Esas sillas vacías, que no sabemos con exactitud cuántas son, sí sabemos que se desocupan más por abandono de los hombres que por el de las mujeres.

En 2023, 26 mil estudiantes varones dejaron el sistema, lo que representa un 55%. El mismo año, un poco más de 21.500 niñas y jóvenes hicieron lo mismo, lo que equivale a un 45%.

Las razones del abandono escolar son rendimiento académico, problemas de conducta y convivencia, los que a su vez explican en un 30% el ausentismo crónico. En segundo lugar aparecen situaciones como el embarazo adolescente y las causas económicas. Mientras las desadaptaciones conductuales se ven con mayor frecuencia en los estudiantes hombres (29,2%), la repitencia de curso predomina en las niñas y adolescentes (23,2%).

Aunque en general la explicación de la mal llamada “deserción escolar” es similar para ellos y ellas, las causas del abandono escolar femenino se siguen concentrando en el tema de cuidados y de embarazo precoz.

En Fundación Súmate conocemos de cerca casos de alumnas prometedoras que dejan de estudiar porque deben apoyar a sus madres en la crianza de hermanos menores, en el acompañamiento de adultos mayores con dependencia o de familiares con discapacidad, por mencionar lo más típico.

Más doloroso aún es ver este sacrificio en casos como el de una comprometida y prometedora alumna de nuestra escuela Padre Hurtado en Renca. Con mucha vergüenza, terminó confesando que su ausentismo permanente y su consecuente abandono escolar, se debía a que debe vigilar a su madre, la que cuando no tiene acceso a dinero para comprar pasta base, ataca a su abuela enferma.

Frente a situaciones como ésta, que no son excepcionales, sino pan de cada día en los sectores más vulnerables copados por el influjo del narco, se comprende el porqué de otra diferencia de género clave en materia de abandono escolar. Si bien los números dicen que son más hombres que mujeres quienes interrumpen sus trayectorias educativas, son también los hombres quienes más retoman las clases posteriormente.

Las chicas, en cambio, cuando abandonan, abandonan. Es una pérdida definitiva.

Y esto limita sus oportunidades personales, laborales, profesionales, reduciendo su mundo.

Rescato la frase de un libro sobre campesinas y artesanas lafquenches que leí este verano. Recoge diez testimonios de una decena de mujeres. De ellas, cuatro no saben leer y escribir, porque debieron dejar la escuela cuando recién la iniciaban.

Esta confidencia es lo que en este 8M y siempre debemos impedir que les pase a las mujeres: “Nunca he estado en una sala de clases, no sé leer ni escribir. Mis tres hijos sacaron octavo básico: eso era muy importante para mí. No quería que se sintieran como yo, porque cuando uno no sabe leer anda igual que los ciegos, a tientas”, Ana María Aniñir (67), soltera, tres hijos, agricultora y artesana.

 

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