El año 2019 la izquierda octubrista movilizó todos sus medios para derrocar al Gobierno del Presidente Sebastián Piñera. Instaló comunicacionalmente el concepto de “estallido social” para un golpe de Estado y muchos chilenos fueron capturados por la [falsa] idea de que un cambio constitucional era el único camino para superar los problemas de Chile. El octubrismo ganó las elecciones y ahora es –como dijo M. Weber– profesional de la política.
La mayoría constató que la nueva generación oficialista “ocupa” La Moneda sin competencias para levantar a Chile; que el 18-O fue una estrategia política al servicio de la izquierda, y que es la responsable de la debacle en el orden público (contra Carabineros y las FFAA), en la educación (SLEP), y la economía. Sabe que intentó destruir las instituciones (convención constitucional); que hay recursos para las Fundaciones de izquierda, pero no para los Hospitales.
Sin protestas progresistas, la izquierda convive con la peor crisis institucional en 50 años y con los frutos de su inyección organizada de “inestabilidad”, el avance del narcotráfico y la violencia callejera. La necesidad de restablecer el orden y la ausencia de fuerza pública han instalado, incluso, la idea de un gobierno autoritario, en medio del toque de queda autoimpuesto en las calles de Atacama.
Según la encuesta CEP (92), en diciembre de 2019 un 55% de los chilenos apoyaba las “manifestaciones”; ahora, solo un 23% dice que las apoyó. También reveló que el 50% de los chilenos cree que el estallido fue “malo o muy malo”, y que la confianza en Carabineros aumentó significativamente. L. Montes lo denominó el “arrepentimiento colectivo”; y el Gobierno del Presidente Boric este año –casualmente– no celebrará el 18-O.
Es hora de pasar del arrepentimiento a la acción. Chile saldrá adelante con una mirada ajena a la izquierda. Las elecciones municipales de 2024 son la primera oportunidad para exigir realismo a la política. Salvo que usted desee seguir con “el que baila pasa” (incluso en la inversión pública y privada), la Región de Atacama abandonará el octubrismo y habrá un cambio político con un horizonte basado en la estabilidad institucional, el orden público y la defensa de la libertad. Lejos de los “independientes” de izquierda.